En los años setenta, pero del siglo 19, como dice el refrán “todos los caminos llevaban a Roma”. Si se quería visitar a una persona privada de su libertad, luego al juez que llevaba la causa, al legislador o al mismo gobernador, no hacía falta trasladarse mucho; bastaba con ir de una oficina a otra o por mucho subir una escalera.
En esa época la esquina más importante de la ciudad de Toluca y de todo el Estado de México era: entre las calles Lerdo y Nicolás Bravo. Desde ahí se hacía justicia, se dejaba de ver el sol, se promulgaban las leyes y se marcaba el rumbo de la entidad.
Todo estaba a cargo sólo de hombres y todo se encontraba en un solo lugar: la cárcel, la Procuraduría de Justicia y las sedes de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
El edificio del Poder Judicial del Estado de México (PJEM), tenía en la planta baja los separos, en la esquina la Procuraduría; en la parte superior estaba la oficina del gobernador, mirando al estacionamiento y a un costado la casa de gobierno; en la oficina que mira hacia Nicolás Bravo el Poder Legislativo y en el salón de plenos o “Salón Rojo”.
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